Sigue de pie nuestro activista de la entomología Jorge Macías Sámano, tergiversando caminos para llevarnos a recónditos parajes históricos de luchas entre insectos no sociales y su simbiote ambiente; en este, su breve relato, une la imposibilidad de una historia que se desarrolla entre amigos y hermanos de la vida, el tiempo, el bosque, sus habitantes...Los invitó esta semana a leer y compartir este hermoso ensayo.
Asunción Orozco Colín.
Serie: Ficción Biológica:
Sobre las Rocallosas, a más de 3000m de altura y todo por el cambio climático…
Volaba… ¿volaba? O, más bien -dada
su densidad- nadaba en el fluido del aire que lo envolvía. Su par de alas se
batían y remaban –literalmente- desplazando su pequeño cuerpo en el viento por
los amplios espacios entre los árboles.
Muchos lo acompañaban, muchos. Sin
saberlo y mucho menos buscarlo, se dirigían a colonizar individuos vivos de
árboles de pino a miles de kilómetros de ahí. Como sus antepasados, quienes
habían conquistado árboles parecidos a las araucarias millones de años atrás,
allá por el Carbonífero, y lograron vencer la toxicidad de las resinas con que
se defendían las primeras coníferas, desarrollando -en su evolución- mecanismos
metabólicos que les permitían detoxificarlas y desecharlas. Como muchas cosas
en la naturaleza -con el tiempo y un ganchito-, este proceso fisiológico y los productos
que generaba se convertirían en un sistema químico que les permitiría a estos
organismos agregarse y colonizar un árbol adulto. Tal colonización sí era
exitosa, derivada forzosamente en la muerte del hospedero, es decir, del árbol
mismo.
El éxito del mecanismo de agregación
de estos organismos traía como consecuencia la muerte de muchos de sus
hospederos. Como en una carrera armamentista, los árboles tenían que responder
y contener el ataque. Aunque no se pueden mover, desarrollaron mecanismos
bioquímicos intrincados para promover otras defensas. Así que los insectos
descortezadores, que así se llaman estos organismos, se aliaron a los
microorganismos y lograron derribar las nuevas barreras de defensa. Los árboles,
a su vez, continuaron variando sus defensas de acuerdo con los sitios donde crecían
y según su edad. Esta carrera armamentista ha ocasionado una mutua dependencia
entre estos insectos y sus hospederos. Los insectos funcionan como una fuerza
renovadora del bosque al mantener poblaciones de árboles jóvenes y sanos,
mientras que los arboles proveen con un sustrato nutritivo donde se desenvuelven
las generaciones de tales organismos.
Así que, como hace millones de años,
millones de insectos emergen en el verano para buscar nuevos sitios de
procreación. Las temperaturas son altas, perfectas para volar sin problemas y
ser transportados por las corrientes termales ascendentes, para con ello alcanzar
un desplazamiento mucho mayor al que sus pequeños cuerpos son capaces de sostener.
Al principio vuelan hacia la luz,
hacia el sol. A medida que van quemando energías, sus antenas receptoras se vuelven
más sensibles que algunos de los compuestos en el aire que les rodea y baña.
Pueden percibir distintos componentes del “olor del bosque” y orientarse con
alta especificidad a algunas mezclas, a esas que huelen a pino. Las hembras son
las pioneras. Ellas son las que deciden cuál árbol será colonizado y son ellas -no
los machos- las que liberan los olores que llevan a los individuos a adherirse
a un árbol específico. Miles de insectos se agregan en un árbol y cientos de árboles
adultos y sobremaduros son así colonizados y muertos, iniciando el largo
proceso del reciclado de la materia orgánica. Con ello, el bosque se rejuvenece;
así es la dinámica de esta interacción, esos los papeles ecológicos de ambos.
La generación futura de los
descortezadores emergerá en el siguiente verano del arbolado colonizado y que
ahora, durante el otoño y el invierno, está ya en franco proceso de deterioro.
Los insectos, en el estado inmaduro de larvas, pasan el invierno protegidos por
la corteza del árbol y por un mecanismo extraordinario: de manera parecida a
varios peces, ranas y algunos mamíferos, su cuerpo comienza a producir un
anticongelante que los resguarda de las bajas temperaturas en las Montañas
Rocallosas de Canadá. El frío es determinante en la mortalidad de estos
insectos y uno de los factores fundamentales para mantener sus poblaciones a
niveles normales. Es tal su efecto, que si existen picos de temperatura en
donde esta descienda a –40ºC, los insectos perecerán
sin duda alguna; lo mismo ocurre si existen periodos prolongados a –30ºC. En cada invierno las bajas temperaturas matan millones de
insectos bajo la corteza a pesar de su metabolismo anticongelante.
Todos hemos oído y quizás comenzado
a sentir lo que se denomina cambio climático. Hemos escuchado predicciones y tal
vez hemos observado algunos modelos que ilustran lo que ocurrirá con la
acumulación de CO2 que generamos los humanos con nuestras
actividades de desenvolvimiento. Este gas, al producirse en grandes cantidades,
ejerce un efecto de calentamiento en la atmósfera, y el planeta, sobre todo las
plantas que son las que pueden aprovechar directamente este gas, no lo pueden
incorporar a sus funciones y tejidos con la misma velocidad con que lo
producimos. Por ello, el CO2 se acumula y calienta la atmósfera. De
tal forma que se ha visto que los periodos de temperaturas más cálidas se han
extendido, incrementando así la cantidad de fenómenos meteorológicos como
sequias, inundaciones y huracanes, entre otros.
Pocos ejemplos claros y comprobables
existen sobre las consecuencias del cambio climático en tal o cual proceso en
el mundo. En general son predicciones, estadísticas, modelos que recrean
posibles escenarios. Sin embargo, los descortezadores de pino en Canadá han
dado prueba inequívoca de su efecto y es similar, por no decir “idéntico” a
algunas proyecciones.
Los pequeños insectos volaban
enérgicamente sobre la vertiente oeste de las Montañas Rocallosas de Canadá,
desplazándose por encima de las grandes masas de pino a lo largo del sistema
orográfico. Gracias a una serie de veranos largos y a periodos de inviernos
benignos, sus números crecieron como en 1982, pero con la gran sequía acaecida
en la región en el 2003, los números se incrementaron mucho más. La diferencia radicaba
en la reciente disponibilidad de gran cantidad de arbolado estresado y
altamente susceptible al ataque exitoso por los descortezadores. Zonas de alto
riesgo habían sido colonizadas exitosa y paulatinamente por poblaciones de
insectos que crecían. Las cantidades de insectos eran tan grandes que muchos
agricultores alarmados reportaban ver nubes de insectos sobre los pinos; inclusive,
personal del servicio forestal escuchaban durante sus inspecciones aéreas cómo
miles de insectos chocaban constantemente contras sus aeronaves. Nunca se había
visto un fenómeno así, y sin embargo, todavía habría más.
Billones de insectos volando en el cielo
azul de la vertiente oeste de las Rocallosas, pero sólo algunos de ellos
lograban establecerse en los pocos árboles adultos vivos en la región. El
impacto del descortezador había sido tal que, en los 12 últimos años, una
superficie de 13.5 millones de hectáreas fue infestada y todos los árboles
adultos, aniquilados. Lo que equivalía al ¡80 % de la principal especie de
pinos de Columbia Británica!
Habría que seguir volando y hallar comida,
pareja y reproducirse, pero ¿a dónde? De pronto, fuertes corrientes ascendentes
tomaban masas gigantescas de estos pequeños seres navegando errantes, los
elevaban como si fueran papelitos color marrón y los llevaban con ellas. ¿Hacia
dónde? ¡Oh, no! A los glaciares, al hielo permanente y sin árboles. Pero ellos nada
podían hacer, nada, sólo dejarse llevar y ser arrastrados.
Como sucede en los cuentos, en la
ficción, un nuevo elemento entraría en escena, y ocurrió que las corrientes
ascendentes llevaron a estos seres diminutos a conectar y transbordar las
corrientes denominadas de chorro, esas que por ahí de los 7 000 a 12 000m de
altura, desplazan rápidamente masa de aire de oeste a este. Esta nueva vía de
transporte de forma fortuita libraba materialmente a los descortezadores de
acabar en las cumbres hostiles de las Rocallosas.
Así billones de descortezadores,
felices, “le sacaban la lengua” a los picos nevados y seguían suspendidos,
libres, vivos y en ruta hacia un nuevo destino. Nuevo en verdad. Del otro lado,
en la vertiente este de la cadena montañosa, se extendían planicies casi
ininterrumpidas de pastizales al pie de
las montañas y en algunas zonas planas, bosques de pino, un posible alimento y
sitio de reproducción para los viajeros. Sólo que estos nuevos pinos no eran de
la misma especie que ellos acostumbraban y ni los nuevos pinos habían tenido
contacto con estos descortezadores antes. Entonces, ¿se reconocerían? ¿Podrían
coexistir como lo hacían en el oeste? El encuentro fue violento, con
casualidades en ambos lados mas se había establecido una conexión antes
inexistente. La lucha por la vida, como viene ocurriendo en la naturaleza desde
sus inicios, se desarrolla en estos momentos entre estos dos organismos y los
asociados a ellos.
Y todo por el calentamiento global.
Jorge E. Macías-Sámano
Vancouver, BC, Canadá
Septiembre 2013