Los Prejuicios del Vagabundeo
No es karma, solo causa y efecto - Juan Carlos Navarro
La tarde
calurosa… por esas calles siempre humeantes de un vapor condensado que se nota
siempre a lo lejos de las pavimentaciones que son sobre todo de asfalto, suele
caminar un sinnúmero de gente con un igual, sinnúmero de historias; las calles
que presentan siempre sus dificultades para los que por alguna razón las tienen
que transitar a mitad del día.
Rodrigo era
un vagabundo, un mendigo; caminaba por esas calles que emanaban un calor
sofocante; siempre con un viejo libro, ajado por el tiempo, y sin las pastas,
un libro que apretaba celosamente con su
axila izquierda maloliente, en la otra mano siempre solía llevar una piedra,
que bien le cabía en el puño, los zapatos rotos y desgastados de las puntas,
ningún brillo había en ellos; los pantalones desgastados de las rodillas y
hechos jirones en el ruedo, un cable eléctrico que hacía las veces de un
cinturón, una camisa, muy, muy descolorida, rota y muy sucia; el cabello era un
desastre, creo que, desde hacía muchos años no se había pasado un peine por
esos rulos, los dientes en deplorable estado, sin duda era acérrimo enemigo del
dentífrico y el cepillo dental; y el olor corporal no se diga… desagradable.
Esas tardes
calurosas del verano siempre suelen traer algunas cosas que son dignas de
remembrar y de contarse; eran aproximadamente las 2:30 de la tarde, cuando
Rodrigo se paseaba, cabizbajo y no tanto por las preocupaciones, sino más bien
por el inclemente sol que se hacía sentir en esta ciudad, a pesar de tener los
pies callosos y de estar habituado a caminar por largos lapsos, sentía la
necesidad de tomar un descanso y sobre todo de tomar alimento.
Como haciendo
caso a sus plegarias; un oasis urbano se aparece ante él; cien metros delante
de esa calle empedrada que topaba en aquella pared de ladrillos que delimitaba
el parque de beisbol de esta ciudad, se vislumbraba un tipo de jardín, lleno de
las más diversas especies de flores y plantas endémicas de la región, que
rodeaban un gran árbol de laurel que daba una sombra pletórica; debajo del gran
árbol unas pequeñas bancas y la entrada de una pequeña casa.
Rodrigo, con
libro bajo la axila izquierda maloliente y con la piedra empuñada en la mano
derecha se acerca a un señor regordete y de aspecto afable, que parecía
custodiar la entrada de esa pequeña casa y le dice:
-
Muy buenas tardes señor, disculpe que lo
interrumpa en la calma que lo embarga en este momento al pie de esta hermosa
sombra; pero quisiera decirle de forma muy apenada que necesito de usted y
sobre todo de su ayuda.
El señor
regordete, impactado por la fluidez y las muy buenas maneras con que Rodrigo
“El Vagabundo” se presentó pidiendo ayuda, accede presto… y le contesta también
de muy fina manera, para no variar el tono y le dice (con un poco de sarcasmo):
-
Dígame usted caballero, ¿en qué le puedo ayudar?
Rodrigo “El
vagabundo” responde:
-
Dos cosas son las que solicito de usted amable
señor; la primera es que me deje sentar bajo esta hermosa sombra que adorna su
casa y la segunda pero no menos importante es que; le pido de manera
<<vuelve a repetir>> muy apenada, me regale una tortilla para
comer, esta piedra.
Mientras Rodrigo “El vagabundo”
empuñaba en la mano derecha a nivel de
su mejilla la piedra que se comería, mientras se la enseñaba al señor
regordete; este se queda doblemente impactado, primero por la forma en que este
“vagabundo” se expresaba de manera tan cortés y luego… ¿Cómo qué? … ¿Tortillas para comer una piedra?
El señor regordete le invita a sentarse en una de las bancas debajo de la
confortable sombra, y le dice (de nuevo en forma sarcástica); siéntese usted - ¿Cómo
dice que se llama? Le pregunta el viejo regordete a Rodrigo; este responde –
Aun no le he dicho, pero me llamo Rodrigo, Rodrigo “El vagabundo” – El viejo
regordete responde con una risilla sincera y le dice: permítame un momento
Rodrigo “El Vagabundo” le traeré la tortilla que usted me pide, y no solo le
traeré una tortilla, le regalaré 5 tortillas, y un vaso de agua de naranja
porque me imagino que para digerir esa piedra no bastara solo con la saliva de
su garganta… - Rodrigo, se ríe de nuevo, y le dice: - aprovechando, también regáleme un poco de sal, ¿sabe? Estas
piedras carecen de sabor… ¡JA JA JA JA! Se ríe el viejo mientras se adentra en
la pequeña casa.
Un par de minutos después el señor
regordete sale con las tortillas, la sal y el prometido vaso de agua de naranja
que le había ofrecido; Rodrigo recibe todo de muy buenas formas y se bebe el
vaso de agua de naranja de un solo sorbo; ya con la garganta fresca, le dice al
viejo regordete: - Sabe señor, he vagado durante 10 o quizá 15 años, y la gente
generalmente es muy prejuiciosa, piensan que por ser un indigente, un mendigo
un vago, por vestir la ropa que visto, por lucir como luzco, piensan que soy un
ignorante; cosa contraria en usted, salvo sus pequeñas dosis de sarcasmos,
usted me ha tratado de forma muy digna, como una persona, y eso lo agradezco
profundamente… ¿sabe usted?, abusando aún más de su confianza le comentaré que
hace ya 3 días que no como decentemente, y pues, ¿no se?… ¿quisiera usted regalarme, un par de tomates
para acompañar mi piedra?...
El viejo regordete, pensativo y con la
mirada afilada, lo observa como diciendo para sí mismo “este vagabundo, me
quiere ver la cara, solo le seguiré el juego para ver hasta dónde llega”, el
viejo quita la mirada pensativa y botepronto le responde a Rodrigo: está bien
le regalo los tomates pero, hagamos un trato; platíqueme de su vida, la forma
en que usted se expresa me dice que es un excelente contador de historias y la
suya, parece ser digan de ser escuchada y le daré lo que este a mi alcance para
que pueda disfrutar de su muy apetitosa piedra <<el señor regordete, de
nuevo con el sarcasmo>>… mientras iba expresando esas dosis de sarcasmo,
el viejo, de nuevo se vuelve a meter a
su casa.
Ahora, el viejo sale con un anafre, un
sartén, los tomates, una caja de cerillos, carbón, un cuchillo pequeño pero con
muy buen filo, todo como para improvisar una pequeña parilla donde pudieran
cocinar la piedra que el vagabundo decía que comería… Ahora Rodrigo era el
sorprendido, pero a pesar de eso, estaba muy complacido por que por fin comería
algo decente “Entrecomillado”. El señor regordete pone todo en la banqueta en
donde daba aquella pletórica sombra del laurel y le dice a Rodrigo: - ¡Adelante
amigo!, cocínese usted mismo lo que comerá… Rodrigo con una gran sonrisa
agradece el detalle, y se dispone a cocinar, mientras realiza todos los
preparativos comienza a contar su historia:
El
vagabundo Filósofo
Sabe mi estimado señor, esto no es nada
nuevo, - ¿Qué no es nada nuevo?, Pregunta el señor regordete, ¡esto! le
contesta Rodrigo mientras cogía con la mano izquierda, la misma que había dejado
de apretar el libro bajo la maloliente axila, un pedazo de la rota camisa que
vestía y se la enseñaba al señor, y repite - ¡esto!... de ser vagabundo y sobre
todo un vagabundo filósofo, desde muy temprana edad había yo leído sobre la
“escuela filosófica cínica”, <<comentaba plácidamente mientras en el
sartén ya un tanto caliente machacaba con la piedra un par de tomates>>.
¿Escuela cínica? Repite el viejo
regordete mientras por su mente dice: “¡Claro,… no puede haber mayor cínico en
esta tierra, que este vagabundo¡”… ¡Sí! Responde Rodrigo y no se refiere al
cinismo el cual en este momento está usted pensando; en aquellos tiempos, de la
filosofía griega, el cinismo era un estado que requería más que ser un
descarado, ser cínico significaba ser feliz, despojarse de todo lo material que
nos rodea y vivir, vivir solo con el simple objetivo de ser feliz, sin
estorbosas cargas de consumismo; expresarse con sátira del sistema que nos hace
dependientes de los bienes materiales de lo que podemos presumir ante los demás,
es una de nuestras caracteristicas, siempre en busca de la elocuencia con
respecto a nuestra forma de vivir.
Eso me ha traído un sin número de
enemigos, de burlas y de gente que no soporta lo que represento; Estoy
acostumbrado a dormir en los parque sobre todo en los que están en zonas periféricas
de la ciudad donde la vigilancia policiaca es nula; <<mientras decía esto,
del sartén salía un buen aroma que le daban, los tomates asados, unos pedazos
de cebolla, un chile jalapeño troceado y en el medio de la ebullición de esa
salsa tan aromática estaba la tan mencionada piedra>> - Rodrigo Continuaba Hablando - Hubo una vez, en uno de esos parques muy por
la mañana, en donde llego un maestro albañil… “¡Tito!” se llamaba lo recuerdo
muy bien, prepotente y mal encarado, y
con una voz que hacia temblar a los demás indigentes con los que compartíamos,
las penas, el alcohol y el cansancio sobre las bancas de ese parque. Este “Obrero”
<<con tono de desprecio>> llegaba preguntando sin la más mínima
consideración, cosas como, “Haber estúpidos, ¿Qué saben hacer?, ¿quieren
ganarse unos pesos, muertos de hambre?, y de repente me mira fijamente y me
dice - ¡Tú! ¿Qué sabes hacer mugroso?, y le respondí con un grito percatándome de
que todos lo escucharan… ¡SE MANDAR!, ¿SI QUIERE CONTRATAR UN PATRON? ¡AQUÍ
ESTOY!... <<El viejo regordete se tira una carcajada tremenda>> después
dice… ¡Que descarado! <<Mientras seguía riendo>>, ¿De verdad hizo
eso?- claro respondió Rodrigo mientras tenia puesta la vista en el sartén donde
se cocinaba suculentamente esa piedra. Y continua diciendo mientras voltea con
mirada risueña hacia el viejo regordete, ¿de casualidad no tendrá un pedazo de
bistec que me regale?, ¿Digo? Aprovechando su bondad; -El viejo complacido
asiente de muy buenas formas con la cabeza, y se mete a la casa en busca del
bistec, mientras continua riéndose a raíz de la anécdota que Rodrigo le había
contado.
De nuevo vuelve a salir, ahora con un
pedazo de bistec modesto que venía dentro de una bolsa que sudaba frio por
provenir de la heladera y se lo entrega a Rodrigo, este, complacido; comienza a hablar mientras sazona
con sal y el jugo de un medio limón, su bistec.
¡NOOO!... y si yo le contará mi querido
amigo… Hubo otra ocasión en donde la necesidad me hizo pedir limosna <<el
bistec ya estaba en el sartén, cocinándose, junto con la piedra y la salsa que
olía de manera exquisita>>, me fui a postrar en una esquina muy
concurrida de la ciudad por la zona comercial, donde toda la sociedad
consumista llega a abastecer los diáfanos placeres, y me puse junto a un par de
personas, uno era un ciego, harapiento y ya viejo, la otra era una mujer con un
pie vendado que aparentemente le dolía mucho, despeinada, sucia y algo excedida
de peso, yo me puse al lado de ellos y escribí sobre un viejo cartón que encontré
tirado con un lápiz roído que siempre cargo conmigo, lo siguiente: “Vagabundo Filosofo, en
desgracia, ¡ayuda!” <<mientras contaba eso, el viejo regordete estaba
totalmente inmerso en el relato y, Rodrigo Ya tenía en la mano derecha en la
cual llevaba la piedra, un par de tortillas que esperaban ser llenadas con lo
que estaba en el sartén>> ¿Y QUE PASO? – irrumpe el viejo regordete,
mientras miraba a Rodrigo llevarse a la boca las tortillas repletas con lo que
se cocinaba en el sartén, que se derramaba por los extremos del ya enrollado
taco, con la boca llena continua…
Llevaba yo ya tres horas ahí postrado,
tendiendo la mano esperando recibir una moneda, y simplemente no me habían ni
volteado a ver, lo curioso era que… <<hace una pausa para chuparse los dedos
y prepararse otro taco y continua>>… que, el ciego y la señora con la
venda en el pie, llevaban algo así como 15
y 9 pesos respectivamente, y ¿yo?... ¡Nada¡, en eso venia caminando por
ese lugar una señora muy modosa, ya entrada en años quizá unos 60 o 65 muy
producida y ataviada de collares y con un vestido demasiado revelador para su
edad, es una de esa mujeres a las que yo suelo decirles “Cuquis Corcuera” un
tanto adineradas y buscando algún tipo de acción lubrica con algún interfecto joven
o por lo menos más jóvenes que ellas tirando el anzuelo metálico de los pesos,
<<otra pausa y se prepara el ultimo taco, dejando solo un poco de salsa
en el sartén y la piedra manchada de esta misma en el centro y continua>>
llega la “Cuquis” y le da dos pesos al ciego y un peso a la señora, y a mí me
queda viendo muy seria y me dice con una voz chillona y muy modosa: “Le debería
dar pena, usted no necesita andar pidiendo limosna, ¿Por qué no se pone a
trabajar? – Le respondí: con otra pregunta: ¿Por qué la gente?... o más bien, ¿Por
qué usted le da dinero a los pobres o a los desgraciados y no a los filósofos,
como yo?, me responde sumamente agitada: ¡No tengo porque responder a su
pregunta! Y le replico: ¡Yo se la responderé – Porque muy conscientemente usted
tiene miedo y sabe que puede llegar a ser pobre o desgraciada, pero ¡¡jamás será
un filósofo!! – El señor regordete se tira una estruendosa carcajada mientras
Rodrigo, repasa la superficie del sartén con un pequeño pedazo de tortilla, tratando
de levantar hasta la última gota de salsa…
El señor regordete, aun con una sonrisa
muy grata y sincera le pregunta a Rodrigo “El vagabundo”: , - ¿Y usted?... ¿Qué
pretende de la vida? … ¿qué cree que sea lo que busquemos como hombres? –
responde Rodrigo: ¡Yo!, solamente quiero morir feliz…
Terminada la sentencia, Rodrigo se para
de la banqueta, se mete el viejo y ajado libro entre la axila maloliente de su
brazo izquierdo y cuando estaba a punto de agradecer la comida – lo interrumpe
el viejo y le dice:
¿Oiga amigo?, ¿Y qué paso con la piedra;
no se la iba a comer?...
Rodrigo responde:
¡No mi estimado Señor!, esa la guardaré
para mi desayuno
Recoge la piedra con la mano derecha,
la limpia en el sucio pantalón y se la mete en la bolsa, mientras al afable
señor regordete se le borra la muy grata sonrisa.
@giancarlonavesc