jueves, 27 de marzo de 2014

“Díselo a quien más confianza le tengas”



En cumplimiento al axioma máximo de la comunicación -es imposible no comunicarse-, Jorge nos presenta su dilucidación acerca de la misma; intensa reflexión puede desembocar, sí en su cometido transgrede los hilos de las relaciones que nos unen y desunen cotidianamente, aún ante pausas temporales, geográficas o pasionales, complementando nuestras ontológica filogenia.

Asunción OC, Marzo 2014




Comunicación, una actividad básica que realizamos a diario y que permite la conexión con nuestros semejantes e incluso con nosotros mismos.
La comunicación está presente en todas y cada una de las actividades que realizamos. En la casa, el trabajo, la escuela, el gimnasio, el transporte y por supuesto en las relaciones personales. Transmitimos, nos comunicamos.
Es claro y todos sabemos que existen muchas maneras de comunicar y de igual manera lo que queremos comunicar. Más ¿han pensado en lo que conlleva el mero hecho de comunicar? O en otras palabras: ¿qué ocurre con o en nosotros cuando comunicamos?
De manera casi imperceptible, hablamos con nosotros mismos. Nos confiamos nuestros planes, ideas, sentimientos y sobretodo, quizás más que otras cosas, nuestros miedos y problemas. Quizá suene extraño y hasta redundante, mas esta comunicación con nosotros mismos, la hacemos en nuestros propios términos.
A veces las circunstancias en que nos encontramos o en el camino encontramos a alguien y rompemos  nuestro silencio hacia los demás. Hablamos, confesamos o escribimos. Sin quererlo o pensarlo este hecho genera una situación muy simple a primera vista, pero con mucha profundidad si entendemos su dimensión.
Ideas o sentimientos, salen de nuestra boca o fluyen en la escritura adquiriendo una nueva dimensión. Una dimensión que nos obliga, aunque no queramos, a vernos diferentes. A veces sentir que no nos reconocemos y en otras simplemente reafirmamos lo que somos y pensamos. Estas situaciones en nuestras vidas hacen que literalmente nos observemos de una manera diferente a la que ocurre durante nuestros soliloquios. Proveen con la oportunidad única de criticarnos y analizarnos a nosotros mismos. Actitud muy sana para vernos tal y como somos y a veces aún más importante, como nos ven los demás.
La conseja dice: “platícalo con alguien” o “confíaselo a un amigo” o “díselo a quien más confianza le tengas”
El hecho es que las experiencias en comunicar o transmitir algo ya sea platicándolo o escribiéndolo, permiten ver, entender y analizar ideas y pensamientos de una manera única que nunca se logra sí únicamente se dejan con uno mismo.
La verdad es que a menudo aunque nosotros tengamos claro algo no lo comunicamos con esa claridad que queremos y en ocasiones provoca un efecto no deseado en nuestros interlocutores. Puede causarnos frustración y evitar, la total comunicación. El comunicar algo, sobre todo si es importante, nos lleva a la necesaria tarea de organizar las ideas. De tal manera que las valoremos de acuerdo a la importancia que les queremos dar y de esa manera explicarlas, al tiempo que “nos damos a entender”.
Existe otro punto que también es difícil de visualizar de primera intención y que ocurre como un beneficio de comunicar. Ocurre que a veces lo que tenemos por transmitir tiene un alto contenido emocional y sin querer, el simple hecho de que salga de nosotros, hace que no solo se alivie la presión que genera el llevarlo, sino que hace que lo veamos con más claridad y bajo un marco más real y quizás con una menor importancia. Esto se potencia aún más si nuestro interlocutor da su punto de vista.
Sea como fuera, la comunicación con nosotros o con los demás, es un hecho que el ejercitarla y hacerlo correctamente, provee uno de los mejores medios para desarrollar nuestra persona, actividad, profesión y propia vida como seres sociales y políticos.


Jorge E. Macías-Sámano
Vancouver, BC, Canadá
Marzo 2014

sábado, 15 de marzo de 2014

10 Minutos


10 minutos
No es karma, solo causa y efecto | María Elena Sánchez





Voy a escribir lo que venga a mi mente en los próximos 10 minutos, por el placer de dejar plasmado en algún lugar la maravilla que es el pensamiento.
Estamos viviendo una época asquerosa y maravillosa a la vez. Me voy a concentrar en lo asqueroso, no en un afán negativo sino por resaltar mi opinión sobre un aspecto que considero nefasto de la vida actual. Este tiempo, en el mundo occidental, nos incita y nos “premia” a vivir la vida a toda prisa. Si hacemos algo despacio, “estamos mal”. Todo tiene que ser rápido (y perfecto, por cierto). En ese sentido, creo que quienes se dejan llevar por esa corriente (y me incluyo la mayoría de las veces) nos perdemos de la maravilla de detenernos: detenernos a pensar, detenernos a observar, detenernos a disfrutar, ¡vaya, hasta detenernos a sufrir!. Y se reemplazan los libros por las películas, donde la mejor historia puede ser contada de principio a fin en 2 horas; se reemplaza una aguja, un hilo y un trozo de tela por una maravillosa bordadora que en un santiamén nos hace un bordado perfecto, reproducible sin error un sinfín de veces. Y aún estas máquinas son cada vez más veloces, las más caras dan más puntadas por minuto. ¡Corre! ¡No te detengas! ¡Hay que ir al paso con el ritmo actual! Bueno, ahora hasta a los muertos los incineran en vez de enterrarlos. Podemos tener las cenizas del difunto en 4 horas, ¡guau!
Me declaro totalmente en desacuerdo. La vida es única, irrepetible, irremplazable. Cada momento debería ser digno de apreciarse in extenso, tal pareciera que estamos eterna e incansablemente persiguiendo un futuro que, en cuanto se vuelve presente, deja de ser importante. “Lo importante tiene que ser el resultado, perfecto y vertiginoso”. No. Me niego. Cada vez me niego más, más a menudo, más contundentemente. Hay cosas que toman tiempo, simplemente, como el vino. Cada año toma exactamente un año, ni más ni menos, y no hay días que duren 5 minutos, aunque a veces lo quisiéramos así para acortar el sufrimiento de quienes padecen una enfermedad terrible o están injustamente presos. Pero no. Ante esa situación, creo que debemos y necesitamos reaprender a vivir al ritmo de la naturaleza, exactamente. Y tenemos que revalorar profundamente lo bueno que nos rodea. A mí no me van a ver llorar mirando la fotografía de mis padres ancianos arrepentida de no haberme concedido el tiempo de convivir más con ellos cuando vivían a 5 minutos de mi casa.

María Elena Sánchez, Ciudad de México