Serie -
Ficción Biológica -
Entre
Gaea y Helios
No es karma, solo causa y efecto | Jorge E. Macías Samáno
Salía de entre las capas de tierra.
Dejando salir un olor característico, como a moho, como a tierra, como a fruta.
Se iba abriendo una grieta. La
grieta crecía, muy lentamente. Incluso con cada movimiento, a veces la cerraba
con la tierra misma. Mas ella continuaba inexorablemente creciendo, creciendo
hacia arriba. La tierra sentía como se movía algo a través de ella misma, algo
que la empujaba, la abría. Mas no se veía quien crecía, quien se movía hacia afuera,
hacia arriba.
Arriba, varios centímetros hacia la
superficie, estaba un tapiz de materia con otros olores y otros colores. Este
tapiz era un filtro inmenso, era una meta y uno de tantos obstáculos para ella.
Seguía avanzando. Seguía
creciendo. Sacaba fuerzas de su propia existencia y tenía que lograr otra
fuente de poder, otra fuente de energía si no perecería. Su especie podría
terminar con el fracaso de ella misma. Enterrada y siendo solo una porción de
materia orgánica mas a ser reciclada.
A veces, el agua de lluvia le
ayudaba a escarbar y eso era bueno, pues ella solo podía empujar al ir
haciéndose más grande, más larga. Más si el agua era demasiada también la ponía
en peligro de asfixiarse. Solo podía empujar la tierra a su alrededor, con
ahínco, con paciencia y con las fuerzas que tenía almacenadas, no más.
Necesitaba otra fuente de energía, lo tenía que lograr.
A su alrededor todo era
obscuridad, tierra y un sin número de organismos de todos tamaños y de todos
los hábitos. Sabía que podría ser alimento de otro. Sentía como a veces algo o
alguien como que estaba sobre de ella y a veces dentro de ella, pero que no la dañaba,
como que la acompañaba y a veces, a veces, sentía que hasta la confortaba. Eran
unos seres muy pequeños que le hacían cosquillas y le hacían sentir bien,
acompañada y hasta como que le daban fuerzas.
En el tapiz de materia arriba de
ella, ya había un poco mas de claridad, de luz. Y aunque con menos humedad y más
expuesta a otros elementos, sabía que tenía que llegar ahí. Atávicamente sabía
que más allá de esa capa de materia de detritus orgánico había algo que
cambiaria todo en ella.
Y de pronto, un obstáculo pesado,
denso, aparentemente infranqueable. Por más que empujaba, no se movía, no lo
traspasaba. Pero tenía que seguir creciendo a expensas de lo que tenia de
reservas de energía. Tenía que lograrlo. Quizás si crecía alrededor de él, si
quizás esa era la clave. Darle la vuelta. Pero eso representaba tiempo y
energía. De alguna forma sentía que tenía tiempo, pero energía ya casi no. Si
crecía alrededor del obstáculo, ella sabría como volver a encontrar el arriba,
no se perdería. Lo sabía, como sabia que quien era ella. Lo sabía.
Con tenacidad, lenta pero
constante, ella volvía a crecer continuamente hacia arriba, ya libre del obstáculo.
Estaba a punto de llegar al tapiz y recibir el primer impacto de un ambiente
saturado de oxigeno y un poco más frío que en el que había pasado buena parte
de su vida. Y ya ahí, todo cambiaría dramáticamente, pero ella aun no lo sabía.
“¿Qué es esto?” Ella ya no sentía
la opresión de lo que la rodeaba. Estaba ya en un ambiente más suave que la
tierra, con algo de claridad, crecía y ¡avanzaba
hacia arriba más rápido! “¡Excelente!”, ella grita. Los olores eran más
intensos, más variados y además existía una como brisa, era el aire que corría
entre el detritus. Una sensación nueva, algo se había activado dentro de ella. ¿Sería
el paso de la luz, la nueva atmosfera, la temperatura o que sería? el caso es
que se sentía un poco diferente. Algo dentro de ella, quizás la misma fuerza
con que la hacía crecer para arriba, la hacía también ahora un poco verde y sin
darse cuenta ya tenía pies.
Y de repente, de manera
inesperada, de golpe, la obscuridad total de nuevo. No mas brisa y volvían los
olores antiguos. ¿Qué es esto que la presionaba de nuevo? “Oh, nooooooo” gritaba.
Algo había caído y la había aplastado contra la tierra, exactamente de donde
había ya salido... Pero al menos seguía viva y con algunas fuerzas. Fuerzas
para empujar y seguir creciendo. Con suerte, nuevamente creciendo podría salir
de este nuevo obstáculo. Pero sentía que ya agotaba todas sus fuerzas. Si
pudiera verse, se vería pálida, casi blanquecina y un poco enjuta. Seguir o perecer ese era su
dilema.
Sacando valor y energías de las últimas
reservas, creció un poco más, un poco más larga, un poco más blanca y un poco
más enjuta. Pero lo logro. Por fin rodeo nuevamente el obstáculo y se quedo ya afuera
y sobre del obstáculo mismo, ya a algunos centímetros arriba del tapiz. Lo
había logrado. Su cuerpo salía ya como una torre sobre el suelo todo. Estaba
rodeada de aire y de luz. Una sensación primitiva, arcaica la embargaba y que
la ligaba a sus más lejanos ancestros. Un nuevo ambiente que disparaba una
serie de relojes y mecanismos internos. Una sensación que la tomaba cautiva y
nada podía hacer para detenerla o para no hacerle caso. Lo único que quedaba
era dejarse llevar por su naturaleza.
Paradójicamente, ahora ya en este
nuevo ambiente, tenía nuevas energías, la luz. Y ahora crecía en ambos
sentidos. Hacia abajo, de donde había salido y hacia arriba, como siguiendo la
luz. Su cuerpo, antes poco definido, parecía ahora tener dos parte. Una que
vivía y crecía hacia bajo hacia Gaea, la tierra y otra hacia arriba hacia
Helios, el sol. Ambos dioses la llamaban y la jalaban en direcciones opuestas y
ella, hecha para servir a ambos, se dejaba llevar, vivía.
Vestida de verde a la luz y
blanca a la obscuridad, la planta había nacido. Ella, tan sencilla pero única a
la vez, tenía una capacidad que muy pocos seres poseían, capaz de conectar a la
tierra y conducir la sangre de la misma,
en una sinergia impresionante y única, con la fuente de energía del sol,
la luz.
Como lo aprendieran sus ancestros,
la planta había comenzado a generar una molécula altamente tóxica, el oxígeno y
a elaborar su propio alimento.
Jorge E. Macías Sámano

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