miércoles, 10 de abril de 2013


Los Prejuicios del Vagabundeo

No es karma, solo causa y efecto - Juan Carlos Navarro


La tarde calurosa… por esas calles siempre humeantes de un vapor condensado que se nota siempre a lo lejos de las pavimentaciones que son sobre todo de asfalto, suele caminar un sinnúmero de gente con un igual, sinnúmero de historias; las calles que presentan siempre sus dificultades para los que por alguna razón las tienen que transitar a mitad del día.
Rodrigo era un vagabundo, un mendigo; caminaba por esas calles que emanaban un calor sofocante; siempre con un viejo libro, ajado por el tiempo, y sin las pastas, un libro que apretaba celosamente  con su axila izquierda maloliente, en la otra mano siempre solía llevar una piedra, que bien le cabía en el puño, los zapatos rotos y desgastados de las puntas, ningún brillo había en ellos; los pantalones desgastados de las rodillas y hechos jirones en el ruedo, un cable eléctrico que hacía las veces de un cinturón, una camisa, muy, muy descolorida, rota y muy sucia; el cabello era un desastre, creo que, desde hacía muchos años no se había pasado un peine por esos rulos, los dientes en deplorable estado, sin duda era acérrimo enemigo del dentífrico y el cepillo dental; y el olor corporal no se diga… desagradable.
Esas tardes calurosas del verano siempre suelen traer algunas cosas que son dignas de remembrar y de contarse; eran aproximadamente las 2:30 de la tarde, cuando Rodrigo se paseaba, cabizbajo y no tanto por las preocupaciones, sino más bien por el inclemente sol que se hacía sentir en esta ciudad, a pesar de tener los pies callosos y de estar habituado a caminar por largos lapsos, sentía la necesidad de tomar un descanso y sobre todo de tomar alimento.
Como haciendo caso a sus plegarias; un oasis urbano se aparece ante él; cien metros delante de esa calle empedrada que topaba en aquella pared de ladrillos que delimitaba el parque de beisbol de esta ciudad, se vislumbraba un tipo de jardín, lleno de las más diversas especies de flores y plantas endémicas de la región, que rodeaban un gran árbol de laurel que daba una sombra pletórica; debajo del gran árbol unas pequeñas bancas y la entrada de una pequeña casa.
Rodrigo, con libro bajo la axila izquierda maloliente y con la piedra empuñada en la mano derecha se acerca a un señor regordete y de aspecto afable, que parecía custodiar la entrada de esa pequeña casa y le dice:
-          Muy buenas tardes señor, disculpe que lo interrumpa en la calma que lo embarga en este momento al pie de esta hermosa sombra; pero quisiera decirle de forma muy apenada que necesito de usted y sobre todo de su ayuda.
El señor regordete, impactado por la fluidez y las muy buenas maneras con que Rodrigo “El Vagabundo” se presentó pidiendo ayuda, accede presto… y le contesta también de muy fina manera, para no variar el tono y le dice (con un poco de sarcasmo):
-          Dígame usted caballero, ¿en qué le puedo ayudar?
Rodrigo “El vagabundo” responde:
-            Dos cosas son las que solicito de usted amable señor; la primera es que me deje sentar bajo esta hermosa sombra que adorna su casa y la segunda pero no menos importante es que; le pido de manera <<vuelve a repetir>> muy apenada, me regale una tortilla para comer, esta piedra.

Mientras Rodrigo “El vagabundo” empuñaba en  la mano derecha a nivel de su mejilla la piedra que se comería, mientras se la enseñaba al señor regordete; este se queda doblemente impactado, primero por la forma en que este “vagabundo” se expresaba de manera tan cortés y luego… ¿Cómo qué?  … ¿Tortillas para comer una piedra?

El señor regordete le invita  a sentarse en una de las bancas debajo de la confortable sombra, y le dice (de nuevo en forma sarcástica); siéntese usted - ¿Cómo dice que se llama? Le pregunta el viejo regordete a Rodrigo; este responde – Aun no le he dicho, pero me llamo Rodrigo, Rodrigo “El vagabundo” – El viejo regordete responde con una risilla sincera y le dice: permítame un momento Rodrigo “El Vagabundo” le traeré la tortilla que usted me pide, y no solo le traeré una tortilla, le regalaré 5 tortillas, y un vaso de agua de naranja porque me imagino que para digerir esa piedra no bastara solo con la saliva de su garganta… - Rodrigo, se ríe de nuevo, y le dice:  - aprovechando,  también regáleme un poco de sal, ¿sabe? Estas piedras carecen de sabor… ¡JA JA JA JA! Se ríe el viejo mientras se adentra en la pequeña casa.

Un par de minutos después el señor regordete sale con las tortillas, la sal y el prometido vaso de agua de naranja que le había ofrecido; Rodrigo recibe todo de muy buenas formas y se bebe el vaso de agua de naranja de un solo sorbo; ya con la garganta fresca, le dice al viejo regordete: - Sabe señor, he vagado durante 10 o quizá 15 años, y la gente generalmente es muy prejuiciosa, piensan que por ser un indigente, un mendigo un vago, por vestir la ropa que visto, por lucir como luzco, piensan que soy un ignorante; cosa contraria en usted, salvo sus pequeñas dosis de sarcasmos, usted me ha tratado de forma muy digna, como una persona, y eso lo agradezco profundamente… ¿sabe usted?, abusando aún más de su confianza le comentaré que hace ya 3 días que no como decentemente, y pues, ¿no se?…  ¿quisiera usted regalarme, un par de tomates para acompañar mi piedra?...

El viejo regordete, pensativo y con la mirada afilada, lo observa como diciendo para sí mismo “este vagabundo, me quiere ver la cara, solo le seguiré el juego para ver hasta dónde llega”, el viejo quita la mirada pensativa y botepronto le responde a Rodrigo: está bien le regalo los tomates pero, hagamos un trato; platíqueme de su vida, la forma en que usted se expresa me dice que es un excelente contador de historias y la suya, parece ser digan de ser escuchada y le daré lo que este a mi alcance para que pueda disfrutar de su muy apetitosa piedra <<el señor regordete, de nuevo con el sarcasmo>>… mientras iba expresando esas dosis de sarcasmo, el viejo, de nuevo se vuelve a meter  a su casa.

Ahora, el viejo sale con un anafre, un sartén, los tomates, una caja de cerillos, carbón, un cuchillo pequeño pero con muy buen filo, todo como para improvisar una pequeña parilla donde pudieran cocinar la piedra que el vagabundo decía que comería… Ahora Rodrigo era el sorprendido, pero a pesar de eso, estaba muy complacido por que por fin comería algo decente “Entrecomillado”. El señor regordete pone todo en la banqueta en donde daba aquella pletórica sombra del laurel y le dice a Rodrigo: - ¡Adelante amigo!, cocínese usted mismo lo que comerá… Rodrigo con una gran sonrisa agradece el detalle, y se dispone a cocinar, mientras realiza todos los preparativos comienza a contar su historia:

El vagabundo Filósofo

Sabe mi estimado señor, esto no es nada nuevo, - ¿Qué no es nada nuevo?, Pregunta el señor regordete, ¡esto! le contesta Rodrigo mientras cogía con la mano izquierda, la misma que había dejado de apretar el libro bajo la maloliente axila, un pedazo de la rota camisa que vestía y se la enseñaba al señor, y repite - ¡esto!... de ser vagabundo y sobre todo un vagabundo filósofo, desde muy temprana edad había yo leído sobre la “escuela filosófica cínica”, <<comentaba plácidamente mientras en el sartén ya un tanto caliente machacaba con la piedra un par de tomates>>.

¿Escuela cínica? Repite el viejo regordete mientras por su mente dice: “¡Claro,… no puede haber mayor cínico en esta tierra, que este vagabundo¡”… ¡Sí! Responde Rodrigo y no se refiere al cinismo el cual en este momento está usted pensando; en aquellos tiempos, de la filosofía griega, el cinismo era un estado que requería más que ser un descarado, ser cínico significaba ser feliz, despojarse de todo lo material que nos rodea y vivir, vivir solo con el simple objetivo de ser feliz, sin estorbosas cargas de consumismo; expresarse con sátira del sistema que nos hace dependientes de los bienes materiales de lo que podemos presumir ante los demás, es una de nuestras caracteristicas, siempre en busca de la elocuencia con respecto a nuestra forma de vivir.

Eso me ha traído un sin número de enemigos, de burlas y de gente que no soporta lo que represento; Estoy acostumbrado a dormir en los parque sobre todo en los que están en zonas periféricas de la ciudad donde la vigilancia policiaca es nula; <<mientras decía esto, del sartén salía un buen aroma que le daban, los tomates asados, unos pedazos de cebolla, un chile jalapeño troceado y en el medio de la ebullición de esa salsa tan aromática estaba la tan mencionada piedra>>  - Rodrigo Continuaba Hablando -  Hubo una vez, en uno de esos parques muy por la mañana, en donde llego un maestro albañil… “¡Tito!” se llamaba lo recuerdo muy bien,  prepotente y mal encarado, y con una voz que hacia temblar a los demás indigentes con los que compartíamos, las penas, el alcohol y el cansancio sobre las bancas de ese parque. Este “Obrero” <<con tono de desprecio>> llegaba preguntando sin la más mínima consideración, cosas como, “Haber estúpidos, ¿Qué saben hacer?, ¿quieren ganarse unos pesos, muertos de hambre?, y de repente me mira fijamente y me dice - ¡Tú! ¿Qué sabes hacer mugroso?, y le respondí con un grito percatándome de que todos lo escucharan… ¡SE MANDAR!, ¿SI QUIERE CONTRATAR UN PATRON? ¡AQUÍ ESTOY!... <<El viejo regordete se tira una carcajada tremenda>> después dice… ¡Que descarado! <<Mientras seguía riendo>>, ¿De verdad hizo eso?- claro respondió Rodrigo mientras tenia puesta la vista en el sartén donde se cocinaba suculentamente esa piedra. Y continua diciendo mientras voltea con mirada risueña hacia el viejo regordete, ¿de casualidad no tendrá un pedazo de bistec que me regale?, ¿Digo? Aprovechando su bondad; -El viejo complacido asiente de muy buenas formas con la cabeza, y se mete a la casa en busca del bistec, mientras continua riéndose a raíz de la anécdota que Rodrigo le había contado.

De nuevo vuelve a salir, ahora con un pedazo de bistec modesto que venía dentro de una bolsa que sudaba frio por provenir de la heladera y se lo entrega a Rodrigo, este,  complacido; comienza a hablar mientras sazona con sal y el jugo de un medio limón, su bistec.

¡NOOO!... y si yo le contará mi querido amigo… Hubo otra ocasión en donde la necesidad me hizo pedir limosna <<el bistec ya estaba en el sartén, cocinándose, junto con la piedra y la salsa que olía de manera exquisita>>, me fui a postrar en una esquina muy concurrida de la ciudad por la zona comercial, donde toda la sociedad consumista llega a abastecer los diáfanos placeres, y me puse junto a un par de personas, uno era un ciego, harapiento y ya viejo, la otra era una mujer con un pie vendado que aparentemente le dolía mucho, despeinada, sucia y algo excedida de peso, yo me puse al lado de ellos y escribí sobre un viejo cartón que encontré tirado con un lápiz roído que siempre cargo  conmigo, lo siguiente: “Vagabundo Filosofo, en desgracia, ¡ayuda!” <<mientras contaba eso, el viejo regordete estaba totalmente inmerso en el relato y, Rodrigo Ya tenía en la mano derecha en la cual llevaba la piedra, un par de tortillas que esperaban ser llenadas con lo que estaba en el sartén>> ¿Y QUE PASO? – irrumpe el viejo regordete, mientras miraba a Rodrigo llevarse a la boca las tortillas repletas con lo que se cocinaba en el sartén, que se derramaba por los extremos del ya enrollado taco, con la boca llena continua…

Llevaba yo ya tres horas ahí postrado, tendiendo la mano esperando recibir una moneda, y simplemente no me habían ni volteado a ver, lo curioso era que… <<hace una pausa para chuparse los dedos y prepararse otro taco y continua>>… que, el ciego y la señora con la venda en el pie, llevaban algo así como 15  y 9 pesos respectivamente, y ¿yo?... ¡Nada¡, en eso venia caminando por ese lugar una señora muy modosa, ya entrada en años quizá unos 60 o 65 muy producida y ataviada de collares y con un vestido demasiado revelador para su edad, es una de esa mujeres a las que yo suelo decirles “Cuquis Corcuera” un tanto adineradas y buscando algún tipo de acción lubrica con algún interfecto joven o por lo menos más jóvenes que ellas tirando el anzuelo metálico de los pesos, <<otra pausa y se prepara el ultimo taco, dejando solo un poco de salsa en el sartén y la piedra manchada de esta misma en el centro y continua>> llega la “Cuquis” y le da dos pesos al ciego y un peso a la señora, y a mí me queda viendo muy seria y me dice con una voz chillona y muy modosa: “Le debería dar pena, usted no necesita andar pidiendo limosna, ¿Por qué no se pone a trabajar? – Le respondí: con otra pregunta: ¿Por qué la gente?... o más bien, ¿Por qué usted le da dinero a los pobres o a los desgraciados y no a los filósofos, como yo?, me responde sumamente agitada: ¡No tengo porque responder a su pregunta! Y le replico: ¡Yo se la responderé – Porque muy conscientemente usted tiene miedo y sabe que puede llegar a ser pobre o desgraciada, pero ¡¡jamás será un filósofo!! – El señor regordete se tira una estruendosa carcajada mientras Rodrigo, repasa la superficie del sartén con un pequeño pedazo de tortilla, tratando de levantar hasta la última gota de salsa…

El señor regordete, aun con una sonrisa muy grata y sincera le pregunta a Rodrigo “El vagabundo”: , - ¿Y usted?... ¿Qué pretende de la vida? … ¿qué cree que sea lo que busquemos como hombres? – responde Rodrigo: ¡Yo!, solamente quiero morir feliz…

Terminada la sentencia, Rodrigo se para de la banqueta, se mete el viejo y ajado libro entre la axila maloliente de su brazo izquierdo y cuando estaba a punto de agradecer la comida – lo interrumpe el viejo y le dice:

¿Oiga amigo?, ¿Y qué paso con la piedra; no se la iba a comer?...

Rodrigo responde:
¡No mi estimado Señor!, esa la guardaré para mi desayuno

Recoge la piedra con la mano derecha, la limpia en el sucio pantalón y se la mete en la bolsa, mientras al afable señor regordete se le borra la muy grata sonrisa.

@giancarlonavesc

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