martes, 10 de diciembre de 2013

Serie “Ficción Biológica” Ensayo No.5 Cuando uno más uno es más de dos, la fuerza de la simbiosis



A costa de su libertad, Jorge emprende una aventura al fondo del asunto, bueno ni tanto, porque como dicen: "hoy toca" el lado oscuro de una de las mas románticas relaciones de la naturaleza al descubrir que "hay mas de una forma de mascar la iguana", otorgando mejor sabor a la antibiosis y el antagonismo; a punto de cerrar el año, nos da la simbiosis nuestra de cada día y la percepción de un hombre en su relación con su otro yo.
                                                                                                                             Asunción Orozco.





En este planeta llamado tierra, existen una relación, casi mágica, la de la superficie externa de un ser o de un objeto con respecto a su volumen. Esta relación determina, entre otras cosas, la forma y tamaño que pueden desarrollar los seres vivos, más increíblemente también la forma y estructura de un edificio. Si no pregúntenle a un ingeniero o a un arquitecto.
A medida que algo crece en tamaño, su interior (volumen) crece más que su exterior (superficie). Y no es una relación al azar, es constante. Si incrementamos una longitud, ancho o radio a un factor determinado, su área incrementa al cuadrado y su volumen al cubo. A mayor tamaño de un ser, su relación superficie/volumen decrece. La superficie de un ser crece mucho más lento que su volumen. Las implicaciones de esto son impresionantemente importantes. Las consecuencias inmediatas para un ser vivo es que a mayor superficie, existe mayor pérdida de calor y de agua. Pero paradójicamente, viéndolo con otra perspectiva, esa superficie mayor también puede absorber mayor cantidad de agua o de otras substancias, así como también disipar calor.
Esta es la paradoja a la que se enfrentan todos los seres que habitan el planeta tierra. Todos ellos de alguna manera se comprometen. Los insectos, al ser pequeños, tienen una superficie muy grande en relación a su volumen y esto los hace que pierdan agua fácilmente, por lo que han desarrollado una cobertura impermeable y dura que evita la evaporación por su superficie externa. Otros, como los elefantes, con una menor proporción superficie/volumen, tienen fuertes problemas de calentamiento, el cual es disipado por sus grandes orejas y por los extensas zonas con pliegues de piel en su cuerpo.  
Para lo seres que describiré ahora, esta paradoja es resuelta por ambos al asociarse o trabajar en conjunto.
Ellos son tan distintos como el agua y el aceite y cómo ellos, prácticamente nunca se mezclan o son uno mismo. Siempre unidos, los “pies” de uno con el “cuerpo” del otro. Los ha unido la necesidad más seminal, más primitiva de un ser vivo, obtener recursos para sobrevivir y con ello crecer y lograr reproducirse. Ambos se conectan para tener acceso a lo que uno no tiene y al otro le sobra, son mutualistas, son simbiontes.
Uno de los seres puede tener un enorme porte, de varios metros sobre el suelo, o de apenas unos centímetros. Siempre con colores verdes, rojos o amarillos, que le permiten capturar la energía del sol, es decir es autótrofo, fotosintético. Constituido por tres partes, solo una de ellas bajo el suelo, pero todas ellas constituidas por células con paredes gruesas y duras como capsulas y constituidas por un material muy fibroso. Viven en grupos más o menos homogéneos y se distribuyen en prácticamente todos los hábitats del mundo. En muchas ocasiones, a pesar de su autonomía alimentaria, dependen de los otros organismos para adquirir agua y minerales, nutrientes clave para su desarrollo.
Los otros son muy pequeños, casi microscópicos. Viven en grandes grupos, colonias extensas y siempre bajo el suelo, nunca ven la luz. Formados por millones de células con paredes delgadas y con reservas alimenticias más parecidas a otros seres heterótrofos. Así denominados porque requieren de alimento externo, ya no lo elaboran como los otros seres. Estos pequeños seres eventualmente producen estructuras epígeas (arriba del suelo) que usan para liberar esporas y reproducirse. Estas estructuras, a diferencia de las partes bajo tierra, que son incoloras y prácticamente amorfas o filamentosas, presentaban una enorme diversidad de colores, formas, texturas y tamaños. Omnipresentes en todos los hábitats, siempre estan asociados con los otros seres, con los gigantes productores de azucares.
Las sociedades humanas intercambian productos que unas poseen y las otras no, lo que permite el desarrollo de ellas. De una manera análoga, los seres microscópicos y los gigantes, se asociaron, lo hicieron por el beneficio mutuo de obtener recursos básicos que uno tenía y el otro no. Azucares, agua y minerales. Evolutivamente hablando, constituyeron una simbiosis que les permitió a ambos no solo alimentarse y crecer, si no reproducirse exitosamente en tiempo y espacio, evolucionando mutuamente por millones de años.
Los gigantes, conocidos como árboles, usan sus raíces para sostenerse en el suelo y para obtener agua y minerales presentes en el mismo. Sin embargo, su sistema radicular no sería suficiente para absorber el agua y minerales necesarias para lograr esas tallas, crear un metabolismo que produzca sus propios alimentos y vivir de manera tan prolongada. Para ello requerían forzosamente incrementar su superficie de captación de estos elementos esenciales que se encuentra en gran abundancia en el suelo. Pero si incrementaban la superficie de absorción, es decir aumentaban sus sistema radicular, necesariamente a su vez incrementarían su volumen, por lo que las demandas por recursos se incrementarían aún más. Este círculo vicioso tiene como consecuencia una limitación en su crecimiento. Por su parte las micorrizas, que es el nombre con que se conocen a estos hongos microscópicos antes descritos, carecen de los mecanismos para producir azucares y estos son esenciales para su vida.
La simbiosis de las micorrizas con los árboles, les ha permitido a estos últimos, el incrementar de una manera formidable su captación de agua y minerales al hacer una conexión directa, célula a célula, de sus raíces con las de los hongos. A su vez, el aporte de azucares que hacen los árboles a estos microorganismos les permite crecer de manera continua y formando grandes volúmenes de masas de tejido vivo bajo la tierra.
La simbiosis, como ha sido explicada con este ejemplo, es una manera de ver que la suma de uno más uno, es considerablemente más que dos. Claro, figurativamente hablando!
Jorge E. Macías-Sámano
Vancouver, BC, Canadá

Diciembre 2013

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