A costa de su libertad, Jorge emprende una aventura al fondo del asunto, bueno ni tanto, porque como dicen: "hoy toca" el lado oscuro de una de las mas románticas relaciones de la naturaleza al descubrir que "hay mas de una forma de mascar la iguana", otorgando mejor sabor a la antibiosis y el antagonismo; a punto de cerrar el año, nos da la simbiosis nuestra de cada día y la percepción de un hombre en su relación con su otro yo.
En este planeta llamado tierra, existen una relación, casi mágica, la de
la superficie externa de un ser o de un objeto con respecto a su volumen. Esta
relación determina, entre otras cosas, la forma y tamaño que pueden desarrollar
los seres vivos, más increíblemente también la forma y estructura de un
edificio. Si no pregúntenle a un ingeniero o a un arquitecto.
A medida que algo crece en tamaño, su interior (volumen) crece más que su
exterior (superficie). Y no es una relación al azar, es constante. Si
incrementamos una longitud, ancho o radio a un factor determinado, su área
incrementa al cuadrado y su volumen al cubo. A mayor tamaño de un ser, su
relación superficie/volumen decrece. La superficie de un ser crece mucho más
lento que su volumen. Las implicaciones de esto son impresionantemente
importantes. Las consecuencias inmediatas para un ser vivo es que a mayor superficie,
existe mayor pérdida de calor y de agua. Pero paradójicamente, viéndolo con
otra perspectiva, esa superficie mayor también puede absorber mayor cantidad de
agua o de otras substancias, así como también disipar calor.
Esta es la paradoja a la que se enfrentan todos los seres que habitan el
planeta tierra. Todos ellos de alguna manera se comprometen. Los insectos, al
ser pequeños, tienen una superficie muy grande en relación a su volumen y esto
los hace que pierdan agua fácilmente, por lo que han desarrollado una cobertura
impermeable y dura que evita la evaporación por su superficie externa. Otros,
como los elefantes, con una menor proporción superficie/volumen, tienen fuertes
problemas de calentamiento, el cual es disipado por sus grandes orejas y por
los extensas zonas con pliegues de piel en su cuerpo.
Para lo seres que describiré ahora, esta paradoja es resuelta por ambos
al asociarse o trabajar en conjunto.
Ellos son tan distintos como el agua y el aceite y cómo ellos, prácticamente
nunca se mezclan o son uno mismo. Siempre unidos, los “pies” de uno con el
“cuerpo” del otro. Los ha unido la necesidad más seminal, más primitiva de un
ser vivo, obtener recursos para sobrevivir y con ello crecer y lograr
reproducirse. Ambos se conectan para tener acceso a lo que uno no tiene y al
otro le sobra, son mutualistas, son simbiontes.
Uno de los seres puede tener un enorme porte, de varios metros sobre el
suelo, o de apenas unos centímetros. Siempre con colores verdes, rojos o
amarillos, que le permiten capturar la energía del sol, es decir es autótrofo,
fotosintético. Constituido por tres partes, solo una de ellas bajo el suelo,
pero todas ellas constituidas por células con paredes gruesas y duras como
capsulas y constituidas por un material muy fibroso. Viven en grupos más o
menos homogéneos y se distribuyen en prácticamente todos los hábitats del mundo.
En muchas ocasiones, a pesar de su autonomía alimentaria, dependen de los otros
organismos para adquirir agua y minerales, nutrientes clave para su desarrollo.
Los otros son muy pequeños, casi microscópicos. Viven en grandes grupos,
colonias extensas y siempre bajo el suelo, nunca ven la luz. Formados por
millones de células con paredes delgadas y con reservas alimenticias más
parecidas a otros seres heterótrofos. Así denominados porque requieren de
alimento externo, ya no lo elaboran como los otros seres. Estos pequeños seres eventualmente
producen estructuras epígeas (arriba del suelo) que usan para liberar esporas y
reproducirse. Estas estructuras, a diferencia de las partes bajo tierra, que
son incoloras y prácticamente amorfas o filamentosas, presentaban una enorme
diversidad de colores, formas, texturas y tamaños. Omnipresentes en todos los
hábitats, siempre estan asociados con los otros seres, con los gigantes
productores de azucares.
Las sociedades humanas intercambian productos que unas poseen y las
otras no, lo que permite el desarrollo de ellas. De una manera análoga, los
seres microscópicos y los gigantes, se asociaron, lo hicieron por el beneficio
mutuo de obtener recursos básicos que uno tenía y el otro no. Azucares, agua y
minerales. Evolutivamente hablando, constituyeron una simbiosis que les
permitió a ambos no solo alimentarse y crecer, si no reproducirse exitosamente
en tiempo y espacio, evolucionando mutuamente por millones de años.
Los gigantes, conocidos como árboles, usan sus raíces para sostenerse en
el suelo y para obtener agua y minerales presentes en el mismo. Sin embargo, su
sistema radicular no sería suficiente para absorber el agua y minerales
necesarias para lograr esas tallas, crear un metabolismo que produzca sus
propios alimentos y vivir de manera tan prolongada. Para ello requerían forzosamente
incrementar su superficie de captación de estos elementos esenciales que se
encuentra en gran abundancia en el suelo. Pero si incrementaban la superficie
de absorción, es decir aumentaban sus sistema radicular, necesariamente a su
vez incrementarían su volumen, por lo que las demandas por recursos se
incrementarían aún más. Este círculo vicioso tiene como consecuencia una
limitación en su crecimiento. Por su parte las micorrizas, que es el nombre con
que se conocen a estos hongos microscópicos antes descritos, carecen de los mecanismos
para producir azucares y estos son esenciales para su vida.
La simbiosis de las micorrizas con los árboles, les ha permitido a estos
últimos, el incrementar de una manera formidable su captación de agua y
minerales al hacer una conexión directa, célula a célula, de sus raíces con las
de los hongos. A su vez, el aporte de azucares que hacen los árboles a estos
microorganismos les permite crecer de manera continua y formando grandes
volúmenes de masas de tejido vivo bajo la tierra.
La simbiosis, como ha sido explicada con este ejemplo, es una manera de
ver que la suma de uno más uno, es considerablemente más que dos. Claro,
figurativamente hablando!
Jorge E. Macías-Sámano
Vancouver, BC, Canadá
Diciembre 2013
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